viernes, 14 de marzo de 2014

Una escena urbana.

El tren de la ex línea Roca llega a la estación Constitución con miles de pasajeros. Quizás es difícil saber de dónde vienen o a hacía dónde se dirigen, pero a estas horas de la madrugada es fácil arriesgar una respuesta sin equivocarse. Son pasadas las cinco y media de la mañana, y casi todos los viajeros van a sus trabajos. Algunos bajan rápidamente para no retrasarse, pero hay otros que van con menos prisa. Esos que aún tienen unos minutos suelen hacerse un tiempo para desayunar.
Sobre la plaza Constitución se encuentra uno de los puestos de café y facturas más concurridos. Alrededor de las cinco de la madrugada llega Marcelo Galeano, de unos 40 años, vestido con una camisa blanca y abre el puesto. Recibe al repartidor de la panificadora y prepara una olla enorme de café y con varios termos traslada el contenido a un recipiente más grande que conserva el calor, desde el cual, luego, servirá al público.
Desde temprano circulan algunos ciudadanos por la zona, pero Marcelo sabe que el negocio arranca recién con los primeros trenes de las seis. Treinta años como cafetero, en la estación de tren, le dieron la experiencia para conocer el negocio del café. Galeano chequea tener una buena cantidad de monedas en su bolsillo, termina de acomodar las facturas en la mesa, se ponen en guardia y le hace frente a las decenas de personas hambrientas.
El color brillante de las medialunas y el aroma a café son tan fuertes que logran acaparar el olfato y la vista de los peatones. Asombra que entre la estación de tren y la plaza de Constitución abundan alternativas gastronómicas, pero ninguna logra ser tan exitosa como el puesto de Marcelo, que se encuentra junto a la parada del 65. Las razones de su fama pueden ser variadas desde la simpatía del vendedor,  la buena ubicación o hasta los precios accesibles. Por cuatro pesos con cincuenta se puede tomar un café acompañado por dos facturas. Pero no son sólo medialunas. Hay de todo, aunque las de dulce de leche se acaban rápido.
Marcelo es padre de cinco hijos y la necesidad por mantener a su familia lo llevo en busca de pan y trabajo. Pero el oficio de cafetero lo lleva en su sangre, porque su abuelo también lo fue. La gran destreza y gentileza de Galeano para atender el pedido de las personas es admirable. Los clientes agradecen y se acomodan parados junto con los otros consumidores. Algunos tienen mucha prisa y salen rápido con café en mano, un poco quemándose al tratar de beberlo para no volcar, pero otros se quedan a disfrutar más calmos el café.
Para las diez de la mañana las facturas ya se van terminando y el café cae a gotas. Al medio día, Marcelo ha terminado su trabajo en la plaza. Se va a reanudar su vida, quién sabe adónde, para volver mañana a la madrugada a repetir el ritual. 

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