martes, 18 de marzo de 2014

Uno más. La historia se repite...


El accidente del tren Ferrobaires en San Miguel, con una secuela de cuatro muertos y decenas de heridos, escandalizó por unos días a la sociedad. El encuadre dominante procuró certezas y culpables a la velocidad de la luz. A las víctimas se les prometió una indemnización acorde. Pero muchas familias aún no recibieron el dinero. Entre ellos, el pasajero Diego Arazi que tuvo una lesión en la pierna. Su hermano menor, Marcos, murió en el accidente.
Diego nació en Villaguay, en el centro de la provincia de Entre Ríos, una porción de tierra abrazada por los ríos Paraná y Uruguay. Es un maestro de alma, la dura infancia rural en la que tuvo trabajar desde los nueve años de carpintero,  retrasó pero no logró frustrar su vocación. Hizo el secundario de adultos y cuatro años después se recibió en el magisterio. A los 29 años llegó a Villa de Mayo, provincia de Buenos Aires, donde conoció a Lucía, su esposa y compañera inseparable. Vivían en una casa humilde de la calle Avelino Díaz junto a Marcela, su madre y Marcos, su hermano.
En el 2010, Diego tenía 43 años. Hacía calor la mañana del 16 de febrero, cuando comenzó su epopeya diaria en el ferrocarril Ferrobaires. Un tren cuyos vagones son como cárceles rodantes, en donde los pasajeros-prisioneros viajan cautivos de las pésimas condiciones. Esa mañana, el andén desbordaba de personas. Las colas de siempre y luego la estampida humana.  La ola depositó a los hermanos Arazi  en el fondo del último vagón. Se empujaron y se pisaron. Minutos después el impacto, la explosión, la desesperación. El ferrocarril chocó contra una locomotora de la empresa San Martín que estaba detenido. Los pasajeros quedaron aplastados por horas. Algunos que no estaban heridos empezaron a auxiliar a aquellos aprisionados en las entrañas del tren. Mientras, otros intentaban salir por su cuenta. Entre los gritos se impuso la voz de Diego que atravesó el éter: “Ayúdenme a buscar a mi hermano”. Sin embargo, nadie pudo auxiliarlo.
Finalmente, después de varias horas, los bomberos junto con el grupo de rescate pudieron sacar a los sobrevivientes. Pero ese accidente dejo cuatro muertos y más de veinticinco heridos. Marcos, el hermano de Diego, murió instantáneamente cuando fue el impacto contra la locomotora. Tenía 29 años, era padre de tres niños y esposo de Laura Lombardi.
Además del dolor por la pérdida de su hermano, imposible de describir en ninguna crónica, Diego arrastra una lesión en la rodilla. Tardó más de un mes en volver a trabajar y dos en pisar nuevamente el Ferrobaires. Ese día lloró durante todo el viaje.  Para él ir en tren es un desafió constante y todavía sufre día tras día la incertidumbre de saber si va a llegar a destino. La familia Arazi inició una demanda al Estado por no cumplir con lo que habían  prometido. En el momento de la tragedia,  el Gobierno acordó con las víctimas, un programa de atención que incluía dinero en efectivo,  medicamentos y ayuda psicológica. Sin embargo, la familia Arazi aún no recibió la indemnización.
No hay amargura sino convicción en la voz de Diego cuando recuerda su lucha diaria por su familia: “Ya voy viviendo casi tres años detrás de la causa. Tres años de ir corriendo de mi trabajo para estar presente en los Tribunales ya que solo atienden hasta el mediodía. Tres años de viajar a La Plata y esperar sentado hasta que me atiendan  y me expliquen qué pasó con la causa de mi hermano, qué pasó con todo lo que me prometieron y aún no tenemos. ¿Qué me motiva en este ir y venir agobiante? No es la plata, es por mi hermano y mis sobrinos. Es que la justicia es lo mínimo que se merecen”.
Desde que ocurrió el accidente,  Diego se largó hacia una esperanza que no se cumple, imaginando un horizonte que se aleja como un espejismo. Él y su familia esperan que alguien vaya preso por lo sucedido y que se haga justicia: “Muchos me preguntan por qué hace tanto tiempo que dejé mi vida de lado para ayudar a mi hermano que murió. Es porque quiero demostrarles a todos los que me dicen que en este país hay que tener contactos y dinero para que se haga justicia. Es porque quiero mostrarles a mis dos hijos, a mis alumnos y a mis sobrinos qué es lo correcto y que vale la pena la lucha cuando uno sabe que está haciendo lo que está bien. Es porque si tienen que estar presos los pibes que roban una gorrita y una mochila en una villa, también lo tiene que estar el político que mató por no destinar los fondos necesarios y vive en una zona de clase alta”.
El tiempo parece no haber pasado. Las imágenes que quedan de esa tragedia perduran casi intactas en la memoria de Diego, como si se tratara de réplicas que refuerzan el desánimo, la negligencia y la impotencia. Todo eso reforzado en la interminable lista de accidentes que aún siguen perpetuadas en la historia ferroviaria del país.
 El dolor y la desazón parecen ser los nuevos estandartes en la vida del maestro. “Escucho cuando hablan de la tragedia de Once o la del Sarmiento y me preguntó si alguien se acuerda de que hace tres años paso algo similar. Quizás no nos dan tanta importancia porque no murieron tantas personas. Porque, en la mayoría de los medios, lo que les importa es la muerte. Siempre hablan de los muertes pero no de los sobrevivientes.”
Desde hace cinco años, Diego es maestro de cuatro grado de la escuela Nº15 en el barrio de Parque Chacabuco. Todos los días se pone el delantal sin dejar que las penurias personales afecten su trabajo esencial y su amor por la educación: “En las horas que estoy dando clases me olvidó que tengo que ir a Tribunales y brindó mi ayuda por completo a los chicos”. Además, es padre de Franco y Natalia y a pesar de las dificultades económicas que debe atravesar, sigue batallando para seguir adelante con su vocación. "A veces, cuando estoy durmiendo, estoy pensando en qué actividad puedo preparar para mis alumnos. Y se me entrecruzan recuerdos de mi hermano."
 Arazi, como tantos otros pasajeros que siguen viajando en el tren Ferrobaires, continúan resucitando esa  esperanza defraudada, para ser destruida otra vez y volver a resucitar, en un círculo que se torna vicioso.  Como un reloj averiado, cuyas agujas no logran reflejar el paso de los años, así ocurrió con el accidente de San Miguel, que se reaviva a diario en las malas condiciones del servicio de trenes, en los adelantos y retrocesos de la causa, y en el desoído pedido de los familiares, como Diego, que esperan y luchan por justicia. 

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