El accidente del tren
Ferrobaires en San Miguel, con una secuela de cuatro muertos y decenas de
heridos, escandalizó por unos días a la sociedad. El encuadre dominante procuró
certezas y culpables a la velocidad de la luz. A las víctimas se les prometió
una indemnización acorde. Pero muchas familias aún no recibieron el dinero.
Entre ellos, el pasajero Diego Arazi que tuvo una lesión en la pierna. Su
hermano menor, Marcos, murió en el accidente.
Diego nació en
Villaguay, en el centro de la provincia de Entre Ríos, una porción de tierra
abrazada por los ríos Paraná y Uruguay. Es un maestro de alma, la dura infancia
rural en la que tuvo trabajar desde los nueve años de carpintero, retrasó
pero no logró frustrar su vocación. Hizo el secundario de adultos y cuatro años
después se recibió en el magisterio. A los 29 años llegó a Villa de Mayo,
provincia de Buenos Aires, donde conoció a Lucía, su esposa y compañera
inseparable. Vivían en una casa humilde de la calle Avelino Díaz junto a
Marcela, su madre y Marcos, su hermano.
En el 2010, Diego
tenía 43 años. Hacía calor la mañana del 16 de febrero, cuando comenzó su
epopeya diaria en el ferrocarril Ferrobaires. Un tren cuyos vagones son como
cárceles rodantes, en donde los pasajeros-prisioneros viajan cautivos de las
pésimas condiciones. Esa mañana, el andén desbordaba de personas. Las colas de
siempre y luego la estampida humana. La
ola depositó a los hermanos Arazi en el fondo del último vagón. Se
empujaron y se pisaron. Minutos después el impacto, la explosión, la
desesperación. El ferrocarril chocó contra una locomotora de la empresa San
Martín que estaba detenido. Los pasajeros quedaron aplastados por horas.
Algunos que no estaban heridos empezaron a auxiliar a aquellos aprisionados en
las entrañas del tren. Mientras, otros intentaban salir por su cuenta. Entre
los gritos se impuso la voz de Diego que atravesó el éter: “Ayúdenme a buscar a mi hermano”.
Sin embargo, nadie pudo auxiliarlo.
Finalmente, después de
varias horas, los bomberos junto con el grupo de rescate pudieron sacar a los
sobrevivientes. Pero ese accidente dejo cuatro muertos y más de veinticinco
heridos. Marcos, el hermano de Diego, murió instantáneamente cuando fue el
impacto contra la locomotora. Tenía 29 años, era padre de tres niños y esposo
de Laura Lombardi.
Además del dolor por
la pérdida de su hermano, imposible de describir en ninguna crónica, Diego
arrastra una lesión en la rodilla. Tardó más de un mes en volver a trabajar y
dos en pisar nuevamente el Ferrobaires. Ese día lloró durante todo el viaje.
Para él ir en tren es un desafió constante y todavía sufre día tras día
la incertidumbre de saber si va a llegar a destino. La familia Arazi inició una
demanda al Estado por no cumplir con lo que habían prometido. En el
momento de la tragedia, el Gobierno acordó con las víctimas, un programa
de atención que incluía dinero en efectivo, medicamentos y ayuda
psicológica. Sin embargo, la familia Arazi aún no recibió la indemnización.

No hay amargura sino
convicción en la voz de Diego cuando recuerda su lucha diaria por su familia: “Ya voy viviendo casi tres
años detrás de la causa. Tres años de ir corriendo de mi
trabajo para estar presente en los Tribunales ya
que solo atienden hasta el mediodía. Tres años de viajar a La Plata y esperar sentado
hasta que me atiendan y me expliquen qué pasó con la causa de mi
hermano, qué pasó con todo lo que me prometieron y aún no tenemos. ¿Qué me
motiva en este ir y venir agobiante? No es la plata, es por mi hermano y
mis sobrinos. Es que la justicia es lo mínimo que se merecen”.
Desde que ocurrió el
accidente, Diego se largó hacia
una esperanza que no se cumple, imaginando un horizonte que se aleja como un
espejismo. Él y su familia esperan que alguien vaya preso
por lo sucedido y que se haga justicia: “Muchos me preguntan por qué hace
tanto tiempo que dejé mi vida de lado para ayudar a mi hermano que murió. Es
porque quiero demostrarles a todos los que me dicen que en este país hay que
tener contactos y dinero para que se haga justicia. Es porque quiero mostrarles
a mis dos hijos, a mis alumnos y a mis sobrinos qué es lo correcto y que vale
la pena la lucha cuando uno sabe que está haciendo lo que está bien. Es porque
si tienen que estar presos los pibes que roban una gorrita y una mochila en una
villa, también lo tiene que estar el político que mató por no destinar los
fondos necesarios y vive en una zona de clase alta”.
El tiempo parece no
haber pasado. Las imágenes que quedan de esa tragedia perduran casi intactas en
la memoria de Diego, como si se tratara de réplicas que refuerzan el desánimo,
la negligencia y la impotencia. Todo eso reforzado en la interminable lista de
accidentes que aún siguen perpetuadas en la historia ferroviaria del país.
El dolor y la desazón
parecen ser los nuevos estandartes en la vida del maestro. “Escucho
cuando hablan de la tragedia de Once o la del Sarmiento y me preguntó si
alguien se acuerda de que hace tres años paso algo similar. Quizás no nos dan
tanta importancia porque no murieron tantas personas. Porque, en la mayoría de
los medios, lo que les importa es la muerte. Siempre hablan de los muertes pero
no de los sobrevivientes.”
Desde
hace cinco años, Diego es maestro de cuatro grado de la escuela Nº15 en el
barrio de Parque Chacabuco. Todos los días se pone el delantal sin dejar que
las penurias personales afecten su trabajo esencial y su amor por la educación: “En las horas que
estoy dando clases me olvidó que tengo que ir a Tribunales y brindó mi ayuda
por completo a los chicos”. Además, es padre de
Franco y Natalia y a pesar de las
dificultades económicas que debe atravesar, sigue batallando para seguir
adelante con su vocación. "A veces,
cuando estoy durmiendo, estoy pensando en qué actividad puedo preparar para mis
alumnos. Y se me entrecruzan recuerdos de mi hermano."
Arazi, como tantos
otros pasajeros que siguen viajando en el tren Ferrobaires, continúan
resucitando esa esperanza defraudada, para ser destruida otra vez y
volver a resucitar, en un círculo que se torna vicioso. Como un reloj averiado, cuyas
agujas no logran reflejar el paso de los años, así ocurrió con el accidente de
San Miguel, que se reaviva a diario en las malas condiciones del servicio de
trenes, en los adelantos y retrocesos de la causa, y en el desoído pedido de
los familiares, como Diego, que esperan y luchan por justicia.